15N: la marcha que desquició —y exhibió— al verdadero Morena
Por Héctor Garza.
El 15N no solo fue una fecha de protesta: fue un parteaguas político. Hasta antes de ese día, Morena sostenía un discurso agresivo, sí, pero envuelto en una moderación calculada. Una narrativa que pretendía mostrar mano firme sin caer —al menos en apariencia— en los excesos clásicos del populismo autoritario. Pero después del 15N, el disfraz se rompió. Lo que quedó a la vista fue el verdadero rostro del movimiento: un aparato político dispuesto a usar la represión, la persecución y la exclusión como herramientas para disciplinar a quienes se atreven a pensar distinto.
Nada sorprendente si uno revisa el manual que inspira a buena parte de sus estrategas. Bastaría leer el populismo según Ernesto Laclau —ese teórico que los asesores españoles de la 4T convirtieron en dogma— para entender la lógica binaria que hoy domina a Morena: hay “pueblo” y hay “no-pueblo”. El primero es todo aquel que aplaude sin chistar; el segundo, cualquiera que cuestione, critique o simplemente no encaje en la identidad oficial del régimen. El 15N sirvió justamente para trazar esa línea. Para etiquetar a miles de ciudadanos como “enemigos”, como si ejercer un derecho constitucional fuera un acto de traición.
Lo más revelador no fue el tono del discurso oficial, sino la reacción del Estado después de la marcha. Mientras se investiga —con sospechosa velocidad— a quienes organizaron la movilización ciudadana, los cárteles y los grupos de la delincuencia organizada siguen operando a sus anchas, incluso creciendo territorialmente. No hay carpetas urgentes para ellos. No hay ruedas de prensa para explicar su expansión. No hay detenciones espectaculares. En cambio, sí hay tiempo, recursos y energía para perseguir a ciudadanos inconformes.
Y ahí están los nombres incómodos: personajes como Adán Augusto, señalado en múltiples ocasiones por sus vínculos con operadores políticos y territoriales que coinciden con rutas criminales; o el llamado huachicol fiscal, esa sofisticada red de desviación que todos conocen y nadie toca. Todos ellos siguen caminando tranquilos, como si fueran parte del paisaje. Algunos incluso ríen, negocian, influyen. La delincuencia, literalmente, baila feliz.
Mientras tanto, en algún escritorio de Palacio Nacional o del antiguo Ayuntamiento, Claudia Sheinbaum acumula carpetas de investigación como quien colecciona trofeos políticos. Mucho orden, mucha disciplina, mucho archivo… pero poca justicia. Se investigan marchas, no masacres. Se persigue a opositores, no a criminales. Se criminaliza la protesta, no al crimen.
El 15N desnudo a Morena. Mostró lo que muchos sospechaban y otros se negaban a ver: que cuando el movimiento se siente amenazado, responde como cualquier populismo de manual. Con el guion de Laclau en una mano… y la lista de opositores en la otra.
La pregunta ahora es si ese es el país que la mayoría imaginó cuando votó por una transformación. Porque una marcha puede bloquear calles, pero solo un gobierno desquiciado bloquea libertades. Y eso, lamentablemente, es lo que dejó claro el 15N.